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¿Por qué necesitamos tanto la autocompasión? (parte 1)

Durante mucho tiempo, la autocompasión fue una palabra que no me gustaba. La asocié con el acto de sentir lástima por mí, de manera que si yo sentía lástima por mí, los demás también la sentirían, lo que me convertiría en víctima y eso siempre lo quise evitar.

Tardé algún tiempo en darme cuenta de que no puede haber compasión por el otro sin la autocompasión. Y que cuidar de los demás (algo que siempre está muy presente en mí) solo es posible si primero nos cuidamos a nosotros mismos.

He llegado a la conclusión de que este sentir no es solo mío, sino más bien un retrato de la sociedad en la que vivimos, especialmente en mi generación y en generaciones anteriores.

Paul Gilbert, fundador de Terapía Centrada en la Compasión (ó CFT según las siglas de Compassionate Focused Therapy), nos dice que la gran mayoría de las personas tienen miedo a ser compasivas consigo mismas porque sienten que no lo merecen. Ésta y no otra es la realidad que creamos desde todos esos mensajes que nos llegan de la sociedad: que para ser mejores y “arreglarnos” necesitamos soluciones externas, que no somos suficientes, que tenemos que ser “perfectos”, que ya hemos “nacido en pecado” y que en el pecado moriremos …

De niños, una gran mayoría de nosotros sentimos el bloqueo de no poder expresar nuestras opiniones y emociones. «Los niños callan y no tienen opinión», «deja de llorar o seré yo el que te dé más», «los hombres no lloran», «quita esa cara y sonríe a la gente», » no deberías sentirte así», y tantas otras expresiones que formaron parte de nuestra educación … o quizás, de nuestra des-educación.

Así fue como llegamos a adultos sin un lenguaje emocional, con dificultad para regular nuestras emociones, dejándolas “explotar” en conductas impulsivas o enterrándolas dentro, en el centro de lo que somos, en las entrañas, condicionando y empeorando nuestra salud física y mental.

La autocompasión es, ante todo, una estrategia para la regulación emocional. Y como las emociones son las que nos conectan con los demás, decimos que la autocompasión tiene un impacto tanto individual como colectivo.

Contrariamente a lo que creímos, la autocompasión no lleva a la pasividad. Por el contrario, la aceptación (y el no rechazo) de que el error, el fracaso y las emociones difíciles son parte de la vida conlleva a una mayor motivación para seguir avanzando y hacerlo mejor.

Uno de los estudios realizados en esta área, desarrollado por los investigadores Breines & Chen de la Universidad de California, evaluó los efectos de un entrenamiento en compasión. En el estudio, se formó a un grupo de estudio con prácticas de autocompasión y se utilizaron dos grupos de control, uno sin intervención y otro con entrenamiento en autoestima. Los resultados del grupo de autocompasión fueron mejores que los resultados de los dos grupos de control, de manera que los investigadores concluyeron que la autocompasión puede aumentar la motivación para la superación personal, ya que anima a las personas a enfrentar sus errores y debilidades sin autocrítica y sin auto engrandecimiento defensivo.

La autocompasión nos ayuda a mirar lo que hay en nosotros, con aceptación y amabilidad.

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