Una práctica completa de mindfulness se ocupa de entrenar las cinco características que identificamos en la primera parte de este artículo: la atención, la intención, la actitud, la acción y el impacto. Este dibujo ilustra estos cinco elementos y establece sus relaciones principales.

La práctica completa incluye integrar los dos niveles, o triángulos, que el dibujo nos identifica fácil:
- Por un lado, el practicar sentado en la quietud (bien sobre el suelo en un cojín o bien en una silla) llevando la atención a un objeto (por ejemplo, la respiración u otra parte del cuerpo), con una intención específica (por ejemplo, gratitud) y desde una actitud elegida (por ejemplo, curiosidad y benevolencia). Así es como entrenamos el triángulo superior, el triángulo que reconocemos como nuestro “ser”. A menudo nos referimos a este tipo de entrenamiento como “práctica dedicada”.
- Por otro lado, el practicar haciendo en el movimiento, cualquier movimiento por pintoresco que resulte, para entrenar los tres elementos del triángulo inferior: una actitud elegida (por ejemplo, curiosidad y cuidado), una acción que ocupa el movimiento (por ejemplo, comer o pasear, pero también escuchar, hablar, hacer de padres o hacer el amor) y el impacto (por ejemplo, el impacto en nosotros mismos, el impacto en aquellos que participan en la situación y el impacto sobre todo aquello que conforma la unidad de la vida y que no está presente). Entrenando el triángulo inferior, entrenamos el “hacer”. Este entrenamiento solemos denominarlo “práctica integrada”.
Cuando empezamos con el entrenamiento, especialmente si nuestro reto es calmar la mente y encontrar un equilibrio emocional, nos centramos en el triángulo superior y nos entregamos a practicar la quietud de ser entrenando atención, intención y actitud. Sin embargo, según avanzamos en ese entrenamiento, es muy importante extender la práctica hacia cualquier “hacer” integrando acción e impacto.
Así y sólo así completaremos nuestra práctica y entraremos en un estado de ser y hacer mejorado, consciente, mindful dirían algunos, donde “nos damos cuenta” de todo lo que interviene y de todo lo que rodea al yo que soy, al otro u otros con los que interactúo y a la vida de la que participamos aunque no esté presente en la situación.
Es por todo esto que la meditación y el mindfulness requieren practicar, practicar y practicar con mucha paciencia. Algo que, desde el juego de conceptos, me gusta recordar como “las 4Ps de la meditación”: p-racticar, p-racticar. p-racticar con p-aciencia. Porque es en la práctica y sólo en la práctica donde trascendemos nuestros “pilotos automáticos” y elegimos nuevas maneras de ser y hacer. Porque es sólo con la práctica repetida como las dinámicas de la neuroplasticidad reconfiguran nuestras conexiones neuronales y consolidan lo nuevo que estamos practicando en la estructura y en el funcionamiento del cerebro.
Llegado este momento, es más fácil encontrar el sentido de las tres prácticas básicas de mindfulness:
- la atención focalizada nos ayuda a mantener la atención allí donde elegimos que esté;
- la atención abierta nos ayuda a abrir la atención a múltiples eventos y observarlos simultáneamente;
- el escaneo corporal nos ayuda a incluir el sentir de cuerpo en nuestra experiencia de ser y de hacer.
De la misma manera, el entrenamiento completo tiene un efecto en nuestra “meta-atención”. En una primera fase, la meta-atención se manifiesta como la capacidad para auto observar nuestra propia experiencia de mente. Con la práctica, la meta-atención crece y se expande hacia nuestra experiencia de cuerpo, hacia la acción que emprendemos y hacia el impacto que generamos. Es así como empezamos a experimentar la “presencia”, ese “darnos cuenta” de estar plenamente en el aquí y en el ahora. Y es con la práctica repetida que esa presencia se “encarna” (que es lo mismo que decir que se integra en el cuerpo) y nos facilita una experiencia de vida mucho más plena y armoniosa.
Este reconocimiento de que la práctica completa de mindfulness incluye el entrenamiento repetido de los cinco elementos (atención, intención, actitud, acción e impacto) nos permite entrar en un auto conocimiento y una auto gestión mucho mayor. Es sólo desde este reconocimiento que seremos capaces de gestionar lo que somos y ofrecerlo a los demás en plenitud, con respecto y con responsabilidad.
En mi entender, el gran olvidado de muchas de las propuestas de mindfulness y meditación es el “impacto” y el hecho de que ese impacto se manifiesta en tres niveles:
- el impacto que mi ser y hacer provoca “en mi propia experiencia vital”;
- el impacto que mi ser y hacer provoca “en la experiencia vital de aquellos con los que interactúo y comparto vida”;
- el impacto que mi ser y hacer provoca “en todo aquello y aquellos que, siendo parte de la vida, no están presentes”.
De manera sencilla, desde el juego, me gusta extender la meta-atención eligiendo “entrar en la acción”, que es lo mismo que elegir actuar, vivenciando un “triple-like” (me gusta lo que hago, me gusta como lo hago y me gusta por qué lo hago), pero también incluyendo “el impacto en sus tres niveles”, buscando siempre un “triple-win” (gano yo; gana aquél o aquéllos con quien interactúo; y gana el todo no presente).
Quizás la razón de que tenemos muy olvidado el impacto en sus tres niveles, y especialmente en el nivel superior, ese impacto en el “todo no presente”, sea porque arrastramos una tradición excesiva de pensamiento lineal, de causalidad simple, de una sola causa-efecto. Quizás también porque la globalización nos dificulta que anticipemos los efectos de nuestras acciones ya que contribuyen en cadenas de causalidad aparentemente infinitas y que se manifiestan en lugares y con personas muy, muy distantes y totalmente desconocidas. Aquí, sin dudarlo, es donde resulta de gran ayuda explorar “el pensamiento sistémico”, una manera de entender la causalidad de nuestras acciones en toda su complejidad y en toda su «circularidad«.
Para acabar por hoy, este reconocimiento de que la práctica completa de mindfulness incluye el entrenamiento repetido de los cinco elementos (atención, intención, actitud, acción e impacto) nos lleva a entender que podemos y debemos llevar la práctica a todas las facetas de nuestra vida. Y que las muchas propuestas que nos llegan son simple y llanamente diferentes sabores de lo mismo, donde cada sabor concretiza el cuidado de la atención, intención y actitud en un ámbito de acción específico:
- liderazgo consciente: cuida la acción de “liderar” y el “impacto” que provoca;
- colaboración consciente: cuida la acción de “colaborar” y el “impacto” que provoca;
- emprendimiento consciente: cuida la acción de “emprender” y el “impacto” que provoca;
- crianza consciente: cuida la acción de “criar” y el “impacto” que provoca;
- envejecimiento consciente: cuida la acción de “envejecer” y el “impacto” que provoca;
- alimentación consciente: cuida la acción de “comer” y el “impacto” que provoca;
- sexualidad consciente: cuida la acción de “hacer el amor” y el “impacto” que provoca;
- etcétera, etcétera, etcétera.
Quizás, y así nos gusta pensar a aquellos que participamos en The School of We, un mundo mejor, más bonito y armonioso está a nuestro alcance y el camino a seguir tiene un inicio identificado: un mejor yo, que es lo mismo que un mejor ser y un mejor hacer entrenado desde la práctica de la meditación.